martes, 11 de mayo de 2010

Súper-yo

(Este cuento probablemente no dure mucho tiempo aquí. Les aviso. Por varios motivos. Entre ellos que no me gusta mucho y que cada 3 días le corrijo una parte. Voy a terminar por dejarlo en la papelera de reciclaje, jaja. Si quieren comentar algo, mejor. Estoy resolviendo historias de todos los tipos con los finales que más me conforman. No es nada personal :P )


Simón se acomoda la camisa dentro del pantalón y sale a trabajar. Apenas sale, como siempre, se encuentra a Doña Silvia que está barriendo la vereda. La saluda disimulando la bronca que le da tener que verla todas las mañanas:

-Buen día Doña Silvia


-Buen día Simón


“Buen día, buen día” repite en su interior burlándose de ella. Doña Silvia siempre encuentra un motivo para molestarlo: que por qué deja esa ventana abierta, que usted saca la basura una vez por semana y el olor que me hace, que sus abejas me tienen cansada, y una lista de cosas por el estilo. Simón, en el fondo, no quisiera saludarla, o de hacerlo, demostrarle a cara de perro lo mal que le cae. Pero prefiere disimular, y a esta altura el “buenos días” sale perfectamente normal.


En el trabajo, deja pasar que un compañero se olvide, por tercera vez, de darle un mensaje importante del jefe. Ya lo tiene harto pero juzga mejor no discutir, es preferible tratar de mantener un ambiente amigable en el lugar de trabajo antes que generar tensiones innecesarias, conociéndolo a Sergio que hace un mundo de cada tontería.


A las 2 sale con los demás por la avenida. Alguien propone quedarse en el centro a tomar un café y él piensa en la porción de estofado que podría calentarse en su casa, y el desorden que le produce tomar café con medialunas en vez de almorzar, y esta gente que ya tiene el estómago acostumbrado a cualquier porquería. Finalmente se queda con ellos para no quedar como un mal compañero y trata de pasar lo mejor posible la reunión.


Acaba por llegar a su casa cerca de las 5 de la tarde y su mujer, mientras acomoda papeles y guarda lo que necesita para dar clases esa noche, le reprocha que ya no tienen tiempo ni de tomar unos mates juntos antes de que ella salga a trabajar. María es profesora de psicología en una escuela nocturna, en general no es muy demandante pero ya han acordado aprovechar esa hora de la tarde, el único momento del día que tienen para conversar tranquilos, antes de que ella salga para la escuela.


Para las 7 ya merendó de nuevo aunque hubiera querido comer su estofado y empieza a pensar qué cocinará esa noche para los dos. Le gustaría más leer algo, o mirar una película, pero vuelve a tener tiempo pasadas las 10, y está cansado. Si bien no hizo lo que le hubiera gustado, tiene la ropa lista para mañana, cocinó y guardó una porción para su almuerzo, se bañó y limpió la parte que le toca de la casa.


Así pasan los días para Simón, los fines de semana participa religiosamente en las reuniones de la vecinal. Sus padres le pusieron Simón pensando en el gran Bolívar, pero la verdad, no tiene mucho de luchador: los sábados en la vecinal es un cuerpo inerte que a lo sumo corta el pasto.


-Mañana me vuelvo sí o sí a comer a casa –se dice mirándose al espejo antes de acostarse – nada de tomar café ni de acompañar a nadie a ninguna parte. Si lo que tengo ganas es de volver, ¿por qué no vuelvo y listo?


Esa noche soñó que dejaba su casa para irse de motoquero con un grupo de gente que no sabía de qué vivía. Se despierta envalentonado, seguro de sí mismo, esos sueños le encantan; se va de motoquero, descubre que es millonario y se dedica a viajar, lo invitan a vivir en una especie de comunidad dark.


-¿Por qué tengo que quedar bien, siempre?- pensaba la mañana siguiente- ¿qué puede pasar si le digo a Sergio que si sigue haciéndome quedar mal con el jefe yo le voy a complicar también las cosas a él? Nada, qué va a pasar. Como máximo me hará esa cara que hace cuando Norma le dice algo ¿por qué Norma puede decirle lo que le jode y yo no? Para quedar bien, para ser el compañero perfecto. ¡Pero si ni siquiera me eligen compañero del mes, nunca! Si de todas formas no me van a elegir, ¿para qué hacerme el correcto cuando me tienen harto?


-Buenos días, Doña Silvia, ¿cómo le va?- “¿y por qué sigo saludando así a esta vieja pesada? ¿qué se yo dónde está ese panal de abejas que tanto le molesta? Para ella todo está en mi patio. Ay, Doña Silvia, ¿por qué no me dejará de romper un poco las pelotas? ¿Ves? ¡es lo mismo con ella! ¿Si ya mismo no le caigo bien, en qué cambiaría que una vez la ponga en su lugar? “Mire Doña Silvia, yo no tengo tiempo para estar acá escuchándola, si no me cree que las abejas no son parientes míos es problema suyo, señora” me doy vuelta y de un portazo, me encierro en mi casa y no le abro más.


Pasa que es eso: siempre quiero quedar bien. El súper-yo, que le dicen. Tengo que ser así y asá, tratar de ser perfecto, y al final me terminan tomando el pelo… Ay súper-yo súper-yo.. ¡¡súper-yo!!: ¡¿por qué no me dejás un poco de jorobar, súper yo?!”



De vuelta en casa, esa tarde comenta con su mujer


- Estaba pensando en el súper-yo, ¿viste? Que te tiene ahí con sus órdenes haciendo cosas que no querés pero que están bien, que son correctas…


-ajá?- María lo mira intrigada


-estaría bueno convertirlo en una persona, ¿no? Qué se yo, imaginárselo como otra persona dentro de uno pero que le podés hablar, viste?


-Claro- responde María tratando de seguir la idea- para poder decirle cosas, qué se yo, como: mirá, esto no lo puedo hacer, algo asi?-


-Sí, o podés decirle que no querés hacer las cosas así, porque por ahí uno no quiere ser perfecto- acentúa Simón.


-Ah, claro -anota María- poner un poco a raya al deber ser


-Por ejemplo yo- asiente Simón- siempre estoy haciendo lo que debo, pasando por encima de mis ganas. Con Doña Silvia, sin ir más lejos, siempre la saludo bien cuando en realidad no la soporto. Y se me ocurre que capaz puedo quitarle poder si lo bajo al estado de persona a ese deber ser… Para poder discutirle, viste? Si lo denigro, si me la paso tirándole piedras, quizás lo baje del pedestal en que lo tengo,


- Y, puede ser, ni idea Simón- María se queda pensando que quizás Simón, antes que inventar personas, necesite un psicólogo.



Así empezó la lucha de Simón contra su súper-yo. Primero se hizo una idea de él como para hablarle de frente, lo imaginaba más alto que él, más atlético, con menos canas, más sonriente, pero con un bigote estilo Hitler y una mirada maligna que lo volvía perverso. Los primeros días se acordó de su idea cuando hacía algo que no quería, después de sonreírle a su vecina, por ejemplo.


Al mes, ya había mejorado. Solía recordarlo apenas se despertaba y empezar el día diciéndole “y, señor perfecto? Ya te resignaste? No te voy a hacer más caso, santulón, hoy hago lo que se me antoja. Y así, seguía despreciándolo cada vez que tenía un silencio.


Y cuando se acercaba una situación “de riesgo”, donde habitualmente intentaba quedar bien, los insultos a su súper-yo se ponían más violentos, y varias veces salió ganando.


Con el paso del tiempo Simón pudo ver avances, con la ayuda de su lucha contra ese personaje que simbolizaba lo debido, dejó de sonreír a su vecina y pudo decir que no quería quedarse en el centro después del trabajo.


Más aún, pudo decirle algunas cosas a Sergio y hasta llegó al trabajo con la camisa arrugada porque en vez de plancharla se había sentado esa tarde a leer una novela.


Seguía maltratando cotidianamente a su súper-yo, le había hecho una canción burlona y se decía que ya podía empezar a prescindir de él, si no le servía para nada.


Así lo hizo, un día. Comenzó a ignorarlo, sintiéndose en la cumbre de su desprecio por su súper-yo. Y aunque al principio pensaba bastante en él, aunque lo hiciera para confirmarse que lo ignoraba, pasado el tiempo necesario lo había olvidado. Ya no le molestaba, no le daba órdenes, ya no tenía indefectiblemente que ser perfecto.


Después de varios meses María sacó el tema:


-¿Y qué pasó con eso de tu súper-yo?


-¡Ah, mi súper-yo!- respondió Simón, sintiéndose contento de repente- lo liquidé nomás. De tanto estar vigilándolo, controlando que no se metiera, de tanto desautorizarlo, ya me dejó de molestar, vos sabés?-



Ahora Simón es un tipo normal. Como a todo el mundo, no le gusta su trabajo, y sin embargo lo eligieron empleado del mes (ese día tuvo que ir a festejar, como todos los meses, a la pastelería donde suele ir con sus compañeros después del trabajo, y se perdió de nuevo ese programa tan interesante en la tele).


Los domingos comenzaron a visitar a una tía abuela de María. Simón se aburre un poco pero es importante para ella, y prefiere darle el gusto. Los sábados sigue participando en la vecinal, y vuelve con la satisfacción del deber cumplido.


La última vez que Doña Silvia le dijo que su patio estaba lleno de abejas, él le respondió amablemente que se fijaría bien dónde está el panal, aunque sabe que no hay ninguno en su casa.


Piensa terminar la novela que empezó a leer aquella tarde. -Quizás mañana pueda sentarme un ratito a leer- se consuela. Y pronto se hace domingo otra vez.

miércoles, 5 de mayo de 2010

De un dibujo de mí, hecho a ciegas

El espacio por todos lados
tan amplio para caminarlo
tan hondo para vivirlo
imposible ocuparlo.

Dando los pasos más cortos
de lo que pueden mis piernas.
Los pasos, pequeños
se indignan de sí mismos.

Con un ojo adentro y uno afuera.
El de adentro pregunta un poco
y trata de salirse.
El de afuera, por temor
se mantiene cerca.

Ni aún las manos, tan fieles
tan honestas con el querer profundo
se muestran conformes
una alcanza aquella cosa, la otra sufre.

En fin, aquí, en esta hoja
lo que soy es un bichito
que sobrevive.

abrir los ojos

Abrir los ojos para soñar. Soñar para estar despiertas.
Despertar para ver el mundo
más acá, mucho más acá

de la realidad.